LA LUZ AL FINAL DE LA ESCALERA

Escritomaseliasgonzalezbenitez
3 min readNov 29, 2019

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Era domingo, la noche acechaba y las montañas parecían agigantarse por momentos, Daniela no hacía más que quejarse, su maltrecha pierna la estaba haciendo sufrir.

Pero, retrocedamos tres días y os contare que ocurrió…

Ellas eran tres, de camping, de fiesta, de tormento y liberación, tres eran tres:

Daniela, la desconsolada exnovia.

Marta, la optimista.

Ana, de lengua mordaz.

Como decía, Daniela tenía un sofoco encima, ya que, a dos meses de pasar por el altar, descubrió a su novio dando lo mejor de sí mismo a su mejor “amiga” Luisa y claro, allí estaban Marta y Ana, para sacarla de casa y hacer una excursión de 10 días bien diferente.

Escogieron la tierra de origen de la comunidad indígena Pemon, Roraima, dentro del parque nacional de Canaima.

Las rutas de trekking, los saltos de agua, la vegetación profunda y los lugares por descubrir, hicieron que Ana, las convenciera para ir de acampada.

El Monte Roraima es un Tepuy, un tipo de formación en formato tabla, su cumbre se le conoce como “el mundo perdido”, 2.810 metros de altitud y un mínimo de 5 días para recorrer toda la cumbre, eso ya auguraba experiencias nuevas.

Marta llevaba bien escondidas unas cervezas para cuando coronaran la cumbre, con 20 minutos sumergidas en el agua helada de cualquieras de sus ríos, disfrutarían de una refrescante recompensa.

Ana de alma inquieta llevaba casi a empujones a Daniela, lacónica y entristecida.

Decidida a darle misterio a la salida, se adentraron las dos en el bosquecillo aledaño al campamento donde intuía una especie de construcción en piedra, cubierta de moho y ramas de un árbol caído.

Se asomaron y descubrieron con asombro unas escaleras que bajaban y bajaban hacia las entrañas de la montaña.

Cuando parecía que la oscuridad les arropaba completamente, vieron luz al final de la escalera.

Ana apretó el paso y Daniela, que era mucho más de ciudad que de montaña, tropezaba para acabar escaleras abajo. Una vez freno su cuerpo ya en llano, ella no se dio cuenta de nada, por el dolor del esguince que se acababa de hacer.

Pero Ana si, si vio una gran sala con antorchas encendidas, al fondo una enorme chimenea, una mesa larga, butacones grandes (más bien enormes) y un silencio sepulcral.

Notaban, porque se notaba, que no estaban solas en dicha estancia, que algo o alguien les estaba observando.

Daniela se dolía de su pierna, mientras Ana la ayudaba a incorporarse, quizás la curiosidad podía más que el sentido común y por ello, avanzaron hacia el interior…

Mec… Mec…. Mec…., la alarma del despertador hacia su aparición, es lunes y hay que volver al trabajo, si ayer era domingo y si, Daniela sigue desconsolada, pero el sueño la arropo en su sofá mientras hablaba con Marta y Ana preparaba la cena.

Otro día más, otro sueño sin cumplir. Iremos hacia la luz.

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Soy escritor de cuentos y novelas inspirados en hechos reales. Toda mi producción literaria de treinta años ha sido publicada como independiente.

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